sábado, 31 de marzo de 2012

El experimento de Milgram

El experimento de Milgram fue un famoso ensayo científico de psicología social llevado a cabo por Stanley Milgrampsicólogo en la Universidad de Yale, cuyo fin era medir la buena voluntad de un participante a obedecer las ordenes de una autoridad aún cuando estas puedan entrar en conflicto con su conciencia personal.
Para su realización, se solicitaron voluntarios - de diversas edades y diferentes niveles de educación - a través de un anuncio en un periódico para participar en un ensayo sobre el «estudio de la memoria y el aprendizaje»  (ocultando así el verdadero propósito de la investigación), recibiendo una remuneración económica por su participación.
El investigador comunicaba al voluntario a investigar y a un cómplice que se hacía pasar por voluntario, que su participación en el experimento ayudaría a probar los efectos del castigo en el comportamiento del aprendizaje.
A continuación, cada uno de los dos participantes escogía un papel de una caja que determinaría su rol en el experimento; los dos papeles asignaban un rol de maestros, pero tras tomar el suyo, el cómplice decía haber sido designado como "alumno".
Separado por un módulo de vidrio del "maestro" (participante voluntario), el "alumno" (cómplice) se sentaba en una especie de silla eléctrica y era atado para "impedir un movimiento excesivo". Se le colocaban unos electrodos en su cuerpo con crema para evitar quemaduras, asegurándole al "maestro" que las descargas podían llegar a ser extremadamente dolorosas, pero no provocarían daños irreversibles.
Se comenzaba dando tanto al "maestro" como al "alumno" una descarga real de 45 voltios con el fin de que el "maestro" comprobase el dolor del castigo y la sensación desagradable que recibiría su "alumno". Seguidamente el investigador proporcionaba al "maestro" una lista con pares de palabras que debía enseñar al "alumno". El "maestro" comenzaba leyendo la lista a éste y tras finalizar le leía únicamente la primera mitad de los pares de palabras dando al "alumno" cuatro posibles respuestas para cada una de ellas. Este último debía indicar qué palabra correspondía con su par presionando un botón. Si la respuesta era errónea, el "alumno" recibiría del "maestro" una primera descarga de 15 V cuya intensidad iría aumentando hasta los 30 niveles de descarga existentes; si era correcta, se pasaría a la palabra siguiente.
En realidad, pese a que el "maestro" creía lo contrario, las descargas no eran reales: el "alumno" había sido previamente aleccionado por el investigador para simular sus efectos. Así, a medida que el nivel de descarga aumentaba, el "alumno" comenzaba a golpear en el vidrio que lo separaba del "maestro" y se quejaba de su condición de enfermo del corazón, aullaba de dolor, imploraba el fin del experimento.... 
Por lo general, cuando los "maestros" alcanzaban los 75 V, se ponían nerviosos ante las quejas de dolor de sus "alumnos" y deseaban parar el experimento pero la férrea autoridad del investigador les hacía continuar. Al llegar a los 135 V, muchos de los "maestros" se detenían y se preguntaban el verdadero propósito del experimento. Cierto número continuaba, asegurando que ellos no se hacían responsables de las posibles consecuencias. Algunos participantes incluso comenzaban a reír nerviosos al oír los gritos de dolor provenientes de su "alumno".
En el caso de que el "maestro" expresara al investigador su deseo de no continuar, éste le indicaba imperativamente que era absolutamente necesario que lo hiciera; si el "maestro" insistía en su intención de detenerse, se paraba el experimento.

Resultados

Milgram creó una película documental en la que mostraba el experimento y sus resultados, titulada Obediencia, cuyas copias originales son difíciles de encontrar hoy en día.
Antes de llevar a cabo el experimento, el equipo de Milgram había estimado  los posibles resultados en función de encuestas que habían realizado previamente, considerando que el promedio de descarga se situaría en 130 V con una obediencia al investigador del 0 %. Todos ellos creyeron unánimemente que solamente algunos sádicos aplicarían el voltaje máximo.
El desconcierto fue grande cuando se comprobó que el 65% de los sujetos que participaron como "maestros" en el experimento administraron el voltaje límite de 450 a sus "alumnos", aunque a muchos les situase el hacerlo en una situación absolutamente incómoda. Ningún participante paró en el nivel de 300 V, límite en el que el alumno dejaba de dar señales de vida. 

Reacciones

La pregunta inicial que se planteó el equipo de Milgram fue cómo era posible que se hubiesen obtenido estos resultados, ya que, a primera vista, la conducta de los participantes no revelaba tal grado de sadismo. Todos se mostraban nerviosos y preocupados por el cariz que estaba tomando la situación y al enterarse de que en realidad la cobaya humana no era más que un actor y que no le habían hecho daño suspiraban aliviados. Por otro lado, eran plenamente conscientes del dolor que habían estado infligiendo, pues al preguntarles por cuánto sufrimiento había experimentado el alumno la media fue de 13 en una escala de 14.
El experimento planteó una pregunta sobre la ética de la experimentación científica en sí misma debido a la tensión emocional extrema sufrida por los participantes. En la actualidad, la mayoría de los científicos modernos considerarían el experimento inmoral; sin embargo, en mi opinión, no lo fue, puesto que los participantes tuvieron en todo momento la opción de decir "basta", y la tensión que sufrieron fue provocada por sus libres acciones. Pudieron haber parado el experimento en cualquier momento y, sin embargo, la mayoría no lo hizo. El ensayo comenzaría a ser inmoral a partir del momento en que los "maestros" se vieran obligados a seguir dando descargas eléctricas a sus "alumnos" en contra de su voluntad, pero esto nunca sucedió; en todo momento tuvieron la oportunidad de detener sus acciones, por lo que si el experimento les ocasionó algún daño psicológico por la tortura infligida a los 'cómplices', fue por completo su responsabilidad.

1 comentario:

  1. A mi modo de ver no comentas lo que pudiera resultar de más interés para todos nosotros de este experimento: los “maestros” infligían el castigo a los “alumnos” por el prestigio de la ciencia . A muchos les parecía una barbaridad suministrar descargas eléctrica a otras personas pero si “la ciencia” dice lo contrario...
    El adjetivo “científico” se ha convertido en un fetiche que anula nuestra capacidad de análisis o de compasión y eso siempre es peligroso y conviene combatirlo.

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