lunes, 31 de diciembre de 2012

El utilitarismo

El utilitarismo es una corriente ética que identifica lo bueno con lo útil, convirtiéndose el principio de utilidad en el principio fundamental por el que se deben  regir nuestros actos. Los utilitaristas consideran que la ética tiene como objetivo prescribir normas que ayuden a llevar una vida placentera y alcanzar la felicidad (la cual identifican con el placer).  Entienden "felicidad" no de un modo individualista, sino más bien global, porque, según ellos, una persona no puede ser feliz si está rodeada de personas infelices. Así, el principio utilitarista dirá que lo mejor es conseguir la mayor felicidad para el mayor número, por lo que una acción será mejor cuanto mayor felicidad produzca al mayor número de personas posible. Poniendo un ejemplo, en el caso de que existiese un asesino en serie que está matando a decenas de personas y hubiese dos sospechosos (sabiendo a ciencia cierta que uno de ellos es culpable, aunque desconociendo cuál) un utilitarista estaría de acuerdo en meterlos a los dos a la cárcel, puesto que sacrificando la felicidad de uno (el inocente) se conseguiría el bien para el resto de las personas, que vivirán más seguras. 

Sin embargo, pese a que el placer y la felicidad se identifiquen, los utilitaristas distinguen distintos grados de placer (no es lo mismo salir de fiesta a emborracharse que mantener una charla filosófica y sin duda enormemente enriquecedora con el gran filósofo Óscar Sánchez). La calidad es preferible a la cantidad ("Más vale ser hombre insatisfecho que cerdo satisfecho; es mejor ser Sócrates insatisfecho que un tonto satisfecho", según afirma John Stuart Mill, uno de los dos grandes utilitaristas-el otro sería Jeremy Bentham). De esta manera, una persona culta y educada tendrá intereses más nobles y elevados, llegando un punto en que encontrará su placer en hacer felices a los demás. 

De ahí que la máxima virtud de la moral utilitarista sea el altruismo (acción consistente en obrar de forma desinteresada para conseguir el bien de los demás, aun a costa del propio). La sociedad utilitarista, así, tenderá a conseguir que “en todos los individuos el impulso directo de mejorar el bien general se convierta en uno de los motivos habituales de la acción”.

Considero que esto es teóricamente muy bonito -qué buenos son los utilitaristas, que pretenden conseguir felicidad para tanta gente-, pero la realidad no es tan fácil. Un utilitarista diría que, si sacrificando la felicidad de una persona se consigue la felicidad de otras cinco, adelante, pero, personalmente, no creo que esto sea moralmente correcto. El fin, desde luego, no justifica los medios, como pretende hacernos creer la ética utilitarista. Si sé que matar a un asesino en serie va a hacer felices a todas las personas que han perdido a alguien a sus manos, no creo que debiese hacerlo (aunque un utilitarista afirmaría lo contrario), porque me estaría rebajando a su nivel, y  porque no tengo capacidad para decidir si debe vivir o morir, por lo que no sería moralmente correcto (quitar la vida a alguien nunca lo es, aunque haga felices a diez millones de personas). Además, el utilitarismo conduce a la ignorancia de varios problemas; si los ricos constituyen la mayor parte de la población y afirman que los pobres deben ser explotados, ¿debemos hacerlo? Está claro que no.

PD: Sé que no esta entrada no es precisamente el colmo de la originalidad peeeero el tiempo corre y no tengo buenas ideas. Feliz año ^^

viernes, 30 de noviembre de 2012

Aristóteles y la esclavitud

Entendemos "esclavitud" como relación establecida entre dos individuos, donde uno ejerce un dominio completo sobre el otro. Aristóteles, como la mayoría de los griegos, estaba a favor de la misma. El conocido filósofo afirma que determinados hombres son por naturaleza esclavos: no se pertenecen así mismos, sino que han nacido para ser propiedad de otros; de la misma forma que también hay hombres que han nacido para ser obedecidos: serían estos los "señores". Aristóteles insiste en que, igual que el macho es por naturaleza superior a la hembra, existen hombres que son superiores a otros; los inferiores serían aquellos cuya mayor habilidad fuese utilizar su cuerpo para llevar a cabo tareas útiles para el resto.

Así, sería justo que aquellos hombres que han nacido para ser esclavos ejerciesen la esclavitud; es más, haciéndolo podrían lograr la plenitud de su ser, y así alcanzar la felicidad y otras virtudes morales (aunque no de la misma manera que el resto de miembros de la sociedad), mientras se produce su contribución al bienestar de la comunidad cívica en su conjunto. 

La esclavitud es, según Aristóteles, indispensable para lograr entender la categoría de "señor". El esclavo es totalmente necesario; representa una posesión fundamental, sin la cual no se podría vivir bien. El amo es inconcebible sin el esclavo, y viceversa, y para ser perfecta, cada familia necesitaría constar de esclavos y hombres libres.




“Y el esclavo es una parte del amo, como si fuera una parte animada, y separada, de su cuerpo. Por eso entre el esclavo y el señor, que por naturaleza son dignos de su condición, existe un cierto interés común y una amistad recíproca. En cambio, entre los que no se da tal relación, sino que lo son por convención y forzados, sucede lo contrario”

De todas formas, pese estar a favor de la esclavitud, Aristóteles no aceptaba a los prisioneros de guerra como esclavos (especialmente si se trataba de una guerra injusta), puesto que la esclavitud no estaba en su naturaleza, sino que eran tomados a la fuerza por otros más fuertes.


Es obvio que yo no considero que la esclavitud sea algo "justo" y "necesario". Tal vez necesitemos la ayuda de otras personas para llevar a cabo determinadas tareas, pero, en el caso de hacerlo, deberían ayudarnos siempre por su propia voluntad, puesto que son libres al igual que nosotros. Muchas familias necesitan, o creen necesitar, contar con servicio doméstico, lo cual no es malo, siempre y cuando éste trabaje porque quiere hacerlo. En cuanto a la naturaleza "esclava" de ciertos individuos, resultaría un tanto difícil determinarla. Es innegable que existen personas con más tendencia a mandar, y otras más débiles con predisposición a obedecer, pero no por ello las primeras son "señores" y las segundas "esclavos". Todo ser humano tiene el derecho a ser libre, y es algo que, en pleno siglo XXI, todo el mundo debería asumir, aunque, por desgracia, la esclavitud sigue existiendo (se estima que el número de esclavos en la actualidad está comprendido entre 12 y 27 millones). De la misma forma, tampoco creo que el macho sea por naturaleza "superior" a la hembra, aunque esto último sea, por desgracia, algo que mucha gente parece resistirse a aceptar.



Fuentes: 

miércoles, 31 de octubre de 2012

Critón


En este diálogo, que pertenece a la primera época de Platón (diálogos de juventud o socráticos, que se centran en la figura del amado mentor del filósofo), tiene lugar un extenso debate entre Sócrates, el cual se halla en la prisión tras haber sido condenado a muerte, y su amigo Critón, un acaudalado ateniense. 

Critón accede a la celda de su compañero y trata de convencerle para huir y  no tener que tomar la cicuta, la cual lo matará. Para ello, argumenta que si no le ayuda a escapar, la mayor parte de la ciudad comentará lo mal amigo que es, puesto que podría haberle evitado la muerte utilizando una parte de su fortuna para sobornar a los guardias. Además, hace alusión a sus hijos, los cuales se quedarán solos y serán desdichados.  

Pese a todo, Sócrates se niega a huir. Argumenta que la opinión de la mayoría no debe importarle a Critón; ha sido esa mayoría quien le ha condenado a muerte, por lo que considera que su juicio no es válido y a su amigo no debe importarle lo que digan de él. También afirma que ha vivido toda su vida en Atenas y conoce sus leyes; en caso de no estar de acuerdo con ellas, podría haberse ido de la ciudad, pero no lo ha hecho, con lo que se da por supuesto que las acepta. Ir en contra de las leyes sería una injusticia -aunque su condena también lo haya sido. Además, se ha pasado toda su vida insistiendo acerca de la importancia del Bien, y fugarse de la prisión, desde luego, no sería un acto de bondad, por lo que se trataría de una enorme contradicción respecto a los valores que le caracterizan. Por otra parte, escapar de su condena implicaría irse de la ciudad; si se llevara a sus hijos consigo, allá donde fueran serían tratados como extranjeros, lo cual no sería bueno para ellos; y si únicamente se fuera él, el resultado para sus hijos sería el mismo que si hubiese tomado la cicuta. Por tanto, decide quedarse y aceptar su destino. 

Personalmente, encuentro lógico que Sócrates decida aceptar su muerte, aunque ésta sea, desde luego, injusta. Encuentro sus argumentos convincentes. De todas formas, si hubiese sido yo, habría preferido huir aunque eso implicase ir en contra de mis principios. ¿Qué importa ser incoherente con uno mismo cuando la alternativa es la muerte? Creo que no hay muchas cosas que tengan más valor que la vida. 

Por otra parte, creo que Critón es una persona muy egoísta. Únicamente quiere ayudar a Sócrates para que no se rumoree que valora más su dinero que a su amigo. Solo pretende sentirse bien consigo mismo; en el fondo, no le importa demasiado si el filósofo muere o no.

lunes, 28 de mayo de 2012

La flauta de la discordia


[Idea sacada de www.feacios.com; no sé si tiene que ver con el tema propuesto, pero me ha parecido bastante interesante]

En en su obra La idea de justicia, Amartya Sen plantea una situación imaginaria en la que disponemos de una flauta que tres niños (Anne, Bob y Carla) se disputan la propiedad de una flauta. Anne la reclama porque, mientras que sus dos compañeros no saben tocarla, ella ha estudiado y aprendido cómo hacerlo. Mientras tanto, Bob dice querer la flauta porque es el más pobre de los tres y no tiene juguetes propios con los que jugar; la flauta le reportaría una mayor satisfacción que a sus amigas. Al mismo tiempo, Carla es la persona que ha fabricado la flauta, tras estar semanas trabajando en ello.
¿Para quién es la flauta, pues? Si yo tuviera que mediar el conflicto, para mí la solución estaría clara: la flauta debería ser para Carla, puesto que ha invertido mucho tiempo en su fabricación y la flauta debería ser suya sin siquiera necesidad de discutirlo. ¿Qué importan las razones que Bob y Anne den a su favor? No han sido ellos los que han fabricado el objeto de la discordia y, por tanto, no tienen ningún derecho a reclamarla. A mi modo de ver, la situación sería la misma si yo decidiese preparar una ración de lentejas para una persona (dispuesta a comérmelas algo más adelante, pero no de forma inmediata) y mi amiga Alba Iglesias llegase diciendo que tiene mucha más hambre que yo, y en un arranque de egoísmo absoluto se las comiera, sin más. 
Por supuesto, debería animarse a Carla a dejarles ocasionalmente la flauta a Anne y Bob (al fin y al cabo, Anne disfrutará tocándola, y el desdichado Bob no tiene más juguetes), aunque, si decide no hacerlo, lo cierto es que está en su derecho (aunque sea una decisión muy egoísta).

¿Qué es lo legítimo?



Ante esta pregunta podrían plantearse varias respuestas. Unos podrían decir que, sin duda, es lo conforme a la ley; de hecho, la Real Academia Española lo define así. Sin embargo, imaginemos ahora a un dictador al que se le ocurra crear una ley que prohíba terminantemente comer más de tres veces por semana; la desobediencia estaría castigada con la pena de muerte. ¿Sería esto legítimo? No lo creo, y, de hecho, sería también bastante absurdo y es muy posible que el pueblo no tolerara semejante abuso (que va en contra de los Derechos Humanos) y se sublevase; o probablemente se produjese la intervención de la ONU ante semejante injusticia (la verdad es que este ejemplo no tiene mucho sentido; dudo mucho que a nadie, por muy dictador que sea, se le ocurriese crear una ley así, pero ilustra lo que  quiero decir, y quién sabe, hay mucho loco suelto). Pero no nos desviemos; pensemos también en un padre de familia que, desesperado, decida robar algo de comida en el supermercado para mantener a sus hijos, que se mueren de hambre. No cabe duda de que este robo no sería legal, pero tal vez sí legítimo; al fin y al cabo, sus hijos tendrían algo que llevarse a la boca y, de todas formas, las pérdidas que sufriría el supermercado serían mínimas. Así pues, la definición de ‘legítimo’ dada al principio no es válida.

En mi opinión, el término legítimo tiene una connotación más moral. Para mí, lo legítimo es lo justo, lo que debería ser. ¿Qué importa que robar sea ilegal, si lo que pretendes mediante la acción de sustraer es impedir que otros se mueran de hambre (al más puro estilo Robin Hood, eso sí, nunca arrebatando nada a quien lo necesite) y no obtener beneficios por ello? Por tanto, lo legítimo variaría en función de cada persona y de los valores morales que le han sido inculcados y que ha desarrollado a lo largo de su vida: no todos consideramos ‘morales’ o ‘justas’ las mismas cosas, eso está claro.



El cinismo




La idea de un hombre bueno y sencillo que vive pacíficamente sin molestar nadie no surge con Rousseau. En la Antigua Grecia, especialmente durante los siglos II-IV a.C., los cínicos buscaban alejarse de la artificialidad para llevar una vida más natural y (según creían) más auténtica. El cinismo es una manifestación bastante radical de la filosofía, y bastante incomprendida. Pese a que actualmente el término “cínico” nos hace pensar en una persona mentirosa y que comete actos vergonzosos, lo cierto es que los cínicos originales eran personas frugales que trataban de vivir con lo mínimo indispensable y de forma parecida a como lo haría un animal,  sin ningún tipo de lujo, ya que pensaban que así hallarían la felicidad. Así, proponían la necesidad de la autoafirmación individual frente a una sociedad alienante y que coaccionaba al individuo. No seguían ningún tipo de ley porque afirmaban que éstas son e carácter local, y ellos se consideraban ciudadanos del mundo.

Uno de los cínicos más conocido es el griego Diógenes, que vivió hacia el siglo IV a.C. como un vagabundo por las calles de Atenas (se decía que habitaba en un barril), convirtiendo la pobreza extrema en virtud. Se cuenta de él que en una ocasión Alejandro Magno se le puso delante, diciéndole que podía pedirle todo cuanto antojara y se lo concedería; por toda respuesta Diógenes le pidió que se apartara porque le tapaba el sol.

Ahora bien, ¿es posible alcanzar la felicidad viviendo de esta manera? ¿Sin ningún tipo de lujo y llevando una vida propia de un animal? Tal vez, en el caso de que nunca hubiéramos conocido lujos y pensáramos que nuestra forma de vida (es decir, el cinismo) es la única posible. Sin embargo, si hemos visto más allá, nos resultará imposible o, al menos, muy difícil: aunque pensemos que no necesitamos nada más que lo indispensable, en el fondo siempre querremos algo más. Hasta Diógenes asistía a banquetes de forma ocasional. Somos hombres y, como tales, no podemos limitarnos a vivir entre basuras y comer restos de comida que encontremos tirados por el suelo, mirando con desprecio a todos los que no imitan nuestras costumbres y considerándonos superiores por vivir de forma tan frugal; si mantenemos un estilo de vida similar a éste, queramos o no, creo que nuestra condición de seres humanos queda rebajada. Personalmente, no creo que vivir según los principios del cinismo me ayudase demasiado a alcanzar la felicidad.

¿Quién debe gobernar?




Está claro que esta pregunta no tiene una respuesta universal con la que todo humano existente sobre la faz de la Tierra esté de acuerdo; hay quien piensa que el gobierno debería estar formado por personas que actúen según valores y normas eternas que trasciendan a las personas, procedentes de la religión o de tradiciones centenarias; otros opinan que debe establecerse un sistema sustentado por principios racionales (igualdad, libertad…); otros confían en el carisma y la personalidad de su líder…

En mi opinión, la respuesta está bastante clara: es el pueblo quien debe gobernar. Es obvio que es complicado formar una asamblea que incluya a absolutamente todos los ciudadanos, por lo que lo más lógico sería elegir a cierto número de representantes, aunque, eso sí, dichos representantes deberían consultar a menudo la voluntad del pueblo en temas importantes (mediante instrumentos tales como referéndums y similares), y no únicamente cada cuatro años en el transcurso de unas elecciones dudosamente democráticas. Este sistema exigiría que todos los ciudadanos tuviesen una mínima preparación política y se interesasen por ella, para no tomar decisiones basadas en la ignorancia; y que a la hora de decidir tuviesen en cuenta lo mejor para todos, y no pensasen únicamente en sus propios fines.

Además, los representantes deberían ser personas a las que se les exigiera un nivel mínimo de formación (por ejemplo, una carrera universitaria medianamente relacionada con la política) y, aunque tendrían un sueldo que les permitiera vivir de forma holgada y con ciertos lujos, no gozarían de privilegios excesivos (o, al menos, no superiores a los que podría disfrutar un médico o un profesor, ya que, en mi opinión, la aportación de estos últimos a la sociedad es mayor). Además, los representantes también deberían tener un comportamiento modélico, lo cual quiere decir que en época de apretarse el cinturón, ellos también deberían hacerlo, al igual que el resto de ciudadanos; y, por supuesto la corrupción estaría altamente castigada.

De  esta manera, tendríamos un sistema más justo, y no como las falsas democracias en las que muchos vivimos sin saber que lo son.

jueves, 26 de abril de 2012

"Son más de temer quienes blanden los palos más grandes que quienes enseñan los dientes más grandes"


sábado, 31 de marzo de 2012

El experimento de Milgram

El experimento de Milgram fue un famoso ensayo científico de psicología social llevado a cabo por Stanley Milgrampsicólogo en la Universidad de Yale, cuyo fin era medir la buena voluntad de un participante a obedecer las ordenes de una autoridad aún cuando estas puedan entrar en conflicto con su conciencia personal.
Para su realización, se solicitaron voluntarios - de diversas edades y diferentes niveles de educación - a través de un anuncio en un periódico para participar en un ensayo sobre el «estudio de la memoria y el aprendizaje»  (ocultando así el verdadero propósito de la investigación), recibiendo una remuneración económica por su participación.
El investigador comunicaba al voluntario a investigar y a un cómplice que se hacía pasar por voluntario, que su participación en el experimento ayudaría a probar los efectos del castigo en el comportamiento del aprendizaje.
A continuación, cada uno de los dos participantes escogía un papel de una caja que determinaría su rol en el experimento; los dos papeles asignaban un rol de maestros, pero tras tomar el suyo, el cómplice decía haber sido designado como "alumno".
Separado por un módulo de vidrio del "maestro" (participante voluntario), el "alumno" (cómplice) se sentaba en una especie de silla eléctrica y era atado para "impedir un movimiento excesivo". Se le colocaban unos electrodos en su cuerpo con crema para evitar quemaduras, asegurándole al "maestro" que las descargas podían llegar a ser extremadamente dolorosas, pero no provocarían daños irreversibles.
Se comenzaba dando tanto al "maestro" como al "alumno" una descarga real de 45 voltios con el fin de que el "maestro" comprobase el dolor del castigo y la sensación desagradable que recibiría su "alumno". Seguidamente el investigador proporcionaba al "maestro" una lista con pares de palabras que debía enseñar al "alumno". El "maestro" comenzaba leyendo la lista a éste y tras finalizar le leía únicamente la primera mitad de los pares de palabras dando al "alumno" cuatro posibles respuestas para cada una de ellas. Este último debía indicar qué palabra correspondía con su par presionando un botón. Si la respuesta era errónea, el "alumno" recibiría del "maestro" una primera descarga de 15 V cuya intensidad iría aumentando hasta los 30 niveles de descarga existentes; si era correcta, se pasaría a la palabra siguiente.
En realidad, pese a que el "maestro" creía lo contrario, las descargas no eran reales: el "alumno" había sido previamente aleccionado por el investigador para simular sus efectos. Así, a medida que el nivel de descarga aumentaba, el "alumno" comenzaba a golpear en el vidrio que lo separaba del "maestro" y se quejaba de su condición de enfermo del corazón, aullaba de dolor, imploraba el fin del experimento.... 
Por lo general, cuando los "maestros" alcanzaban los 75 V, se ponían nerviosos ante las quejas de dolor de sus "alumnos" y deseaban parar el experimento pero la férrea autoridad del investigador les hacía continuar. Al llegar a los 135 V, muchos de los "maestros" se detenían y se preguntaban el verdadero propósito del experimento. Cierto número continuaba, asegurando que ellos no se hacían responsables de las posibles consecuencias. Algunos participantes incluso comenzaban a reír nerviosos al oír los gritos de dolor provenientes de su "alumno".
En el caso de que el "maestro" expresara al investigador su deseo de no continuar, éste le indicaba imperativamente que era absolutamente necesario que lo hiciera; si el "maestro" insistía en su intención de detenerse, se paraba el experimento.

Resultados

Milgram creó una película documental en la que mostraba el experimento y sus resultados, titulada Obediencia, cuyas copias originales son difíciles de encontrar hoy en día.
Antes de llevar a cabo el experimento, el equipo de Milgram había estimado  los posibles resultados en función de encuestas que habían realizado previamente, considerando que el promedio de descarga se situaría en 130 V con una obediencia al investigador del 0 %. Todos ellos creyeron unánimemente que solamente algunos sádicos aplicarían el voltaje máximo.
El desconcierto fue grande cuando se comprobó que el 65% de los sujetos que participaron como "maestros" en el experimento administraron el voltaje límite de 450 a sus "alumnos", aunque a muchos les situase el hacerlo en una situación absolutamente incómoda. Ningún participante paró en el nivel de 300 V, límite en el que el alumno dejaba de dar señales de vida. 

Reacciones

La pregunta inicial que se planteó el equipo de Milgram fue cómo era posible que se hubiesen obtenido estos resultados, ya que, a primera vista, la conducta de los participantes no revelaba tal grado de sadismo. Todos se mostraban nerviosos y preocupados por el cariz que estaba tomando la situación y al enterarse de que en realidad la cobaya humana no era más que un actor y que no le habían hecho daño suspiraban aliviados. Por otro lado, eran plenamente conscientes del dolor que habían estado infligiendo, pues al preguntarles por cuánto sufrimiento había experimentado el alumno la media fue de 13 en una escala de 14.
El experimento planteó una pregunta sobre la ética de la experimentación científica en sí misma debido a la tensión emocional extrema sufrida por los participantes. En la actualidad, la mayoría de los científicos modernos considerarían el experimento inmoral; sin embargo, en mi opinión, no lo fue, puesto que los participantes tuvieron en todo momento la opción de decir "basta", y la tensión que sufrieron fue provocada por sus libres acciones. Pudieron haber parado el experimento en cualquier momento y, sin embargo, la mayoría no lo hizo. El ensayo comenzaría a ser inmoral a partir del momento en que los "maestros" se vieran obligados a seguir dando descargas eléctricas a sus "alumnos" en contra de su voluntad, pero esto nunca sucedió; en todo momento tuvieron la oportunidad de detener sus acciones, por lo que si el experimento les ocasionó algún daño psicológico por la tortura infligida a los 'cómplices', fue por completo su responsabilidad.