sábado, 4 de mayo de 2013

La isla


La Isla es una película estrenada en el año 2005, dirigida por Michael Bay. En ella inicialmente se presenta un centro aislado en el que viven los supervivientes de una catástrofe natural que ha tenido lugar en la Tierra, la cual se encuentra totalmente contaminada. Dichos supervivientes, que tienen absolutamente prohibido salir al exterior, están supervisados por un equipo de médicos, que los someten continuamente a revisiones (aparentemente para comprobar el nivel de contaminación presente en ellos) y les hacen llevar una vida sana, regulando su alimentación y estableciendo determinadas horas de ejercicio. Con bastante frecuencia, tienen lugar sorteos, cuyos ganadores son premiados con viajar a “la isla”, el único lugar del planeta libre de contaminación, donde, en teoría, residirán para siempre.

Sin embargo, el protagonista, Lincoln, se da cuenta de que algo no encaja. Pese a que la catástrofe que ha acabado con la mayor parte de la vida en el planeta ha tenido lugar hace años, siguen llegando supervivientes.  Tras colarse en una zona a la que únicamente tiene acceso el personal médico, descubre que todo es mentira. No ha habido ningún desastre. Los supuestos “supervivientes” son en realidad clones de personas ricas que llevan una vida normal en el exterior, las cuales, llegado el momento, podrían necesitar un trasplante de algún órgano. La isla no existe; únicamente es una artimaña para llevarse a aquellos clones cuyos órganos son necesitados, y a los que los médicos matan.


Cabría analizar todo esto en un sentido ético. ¿Es moral crear clones (que sufren y padecen) para después matarlos, aunque esto salve vidas? Tal vez lo sea en un sentido utilitarista, pero si lo analizamos en relación con la moral kantiana, encontramos que la contradice totalmente. En primer lugar, para Kant, el fin no justifica los medios, por bueno que sea,  por lo que la posibilidad de curar innumerables enfermedades no justifica sacrificar a involuntarios e ingenuos donantes para conseguirlo, por muy indolora que sea su muerte. El filósofo afirma que el hombre es un fin en sí mismo, no un medio, y debe ser tratado como tal (“Actúa siempre de tal modo que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la de los demás, siempre como un fin  y nunca como un medio”). Sin embargo, en La Isla, los clones (que pese a haber sido creados de forma artificial, son humanos), son tratados como medios, lo cual contradice su ley moral, teniendo como resultado una acción contraria al deber. Además, aunque matar a una persona para salvar la vida de otra fuese moral, hay que considerar que el objetivo real de los médicos, su fin, no es salvar vidas y ayudar a la gente, sino lucrarse con ello, lo cual Kant no toleraría, pues para él, el valor moral no radica en los resultados de una acción, sino que consiste en la intención de la voluntad cuando está determinada por la razón. Es decir, pese a que salvar una vida con el objetivo  de lucrarse y salvar una vida porque es lo correcto tienen el mismo resultado, no comparten la intención –el primer acto es egoísta y el segundo altruista- y, por tanto, aunque robar una vida para salvar otra fuese moral (que, insisto, según la moral kantiana no lo es), sería como mucho una acción conforme al deber, pero motivada por una intención egoísta (lucrarse con ello). De esta forma, tenemos como resultado un comportamiento totalmente inmoral, pues su fin (el enriquecimiento) no es bueno, y tampoco lo son sus medios (dar muerte a seres humanos).

En mi opinión, la idea en la que está basada la película es muy original, pero se la cargan totalmente. Tras una primera mitad bastante buena en la que se desarrolla la historia de los clones, los dos protagonistas (un chico, Lincoln, y una chica, Jordan) se escapan del centro en el que están recluidos y tienen lugar una serie de persecuciones y de sucesos bastante previsibles, con explosiones, coches y demasiada acción para mi gusto. Además, la película tiene un final totalmente esperable, en el que no podía faltar el romance entre los dos protagonistas. Lo que podía haber sido una película bastante buena de ciencia ficción se acaba convirtiendo en una película de acción más. 

domingo, 7 de abril de 2013

"Inacabado y completamente solo"


Vivimos en una sociedad, por desgracia, egoísta e hipócrita; compuesta por muchas personas cerradas de mente que no aceptan nada que sea en esencia diferente a ellas mismas; que sólo se acuerdan del prójimo cuando necesitan algo de él, y en cuanto les ha sido útil, se olvidan de su existencia y niegan que alguna vez hayan mantenido contacto (como suele decirse, le pegan la patada). Un ejemplo perfecto de esto se encuentra en la famosa película Edward Scissorhands (Eduardo Manostijeras en España-jamás entenderé la razón de ser de la traducción, porque al protagonista lo llaman Edward durante toda la película).


Edward es creado por un inventor que muere antes de finalizar su tarea, razón por la cual está incompleto y, pese a poseer-al igual que un ser humano corriente- corazón, cerebro o pulmones, carece de manos. En su lugar tiene una especie de enormes tijeras, lo cual dificulta su vida cotidiana, puesto que le resulta muy fácil dañar involuntariamente todo lo que le rodea. La historia trata de cómo Edward abandona la vieja y lúgubre mansión en la que vivía el inventor que lo creó, para dirigirse al pueblo de al lado, acogido por una mujer llamada Peg que lo conoce por caprichos del azar cuando va a intentar venderle sus productos. Una vez allí, todo el mundo tiene palabras amables para Edward, las cuales tienen un objetivo oculto; pretenden que, aprovechando su habilidad con las tijeras que tiene por manos, les ayude en el jardín, les corte el pelo… Las únicas que parecen aceptar realmente a Edward son Peg y su hija Kim (de la que Edward se enamora, siendo correspondido por ella-aunque esto último se sabe más adelante). Kim tiene un novio mezquino que fuerza a Edward a utilizar su habilidad para ayudar a su banda a robar una casa; son descubiertos y todo el pueblo reniega del protagonista, excepto Kim y su familia.

Se da un contraste entre el oscuro y aparentemente siniestro Edward (no podía ser menos tratándose de una peli de Tim Burton; en sus obras abundan los protagonistas de esta forma; fijémonos, por ejemplo, en Sweeney Todd o en la novia cadáver) y el colorido y soleado pueblo al que va a vivir. Irónicamente, el protagonista, pese a su apariencia (que invita a pensar lo contrario), tiene un buen fondo y es poseedor de un gran corazón, al contrario que los habitantes del pueblo, en los cuales (especialmente en las mujeres) predominan la hipocresía y la falsedad, lo cual se aprecia desde el primer momento (en una de las primeras escenas podemos observar cómo Peg es ignorada por varias mujeres, que supuestamente son sus amigas, cuando intenta venderles cosméticos e, incluso, echada de mala manera de alguna casa; poco después, en cambio, parecen salirle amigas de debajo de las piedras, movidas por la curiosidad acerca del misterioso Edward). Sin embargo, pese a las intenciones egoístas de los habitantes del pueblo, Edward no les niega nunca un favor, y ellos se aprovechan de su solidaridad para “explotarlo” y tenerlo constantemente de un lado para otro. Pese a todo, en el momento en el que se dan cuenta de que es peligroso y que podría hacerles daño, reniegan de él y lo persiguen. Es importante subrayar que nunca lo aceptan, porque lo ven como un ser diferente; únicamente se aprovechan de sus buenas intenciones y le hacen sentirse querido porque les es útil, pero nada más: no es uno de ellos. Lo ven como un ser destructivo, lo cual es curioso, porque es todo lo contrario. Es un ser totalmente inocente y bondadoso; completamente puro, y que parece no ver la maldad que le rodea. Obviamente, el hecho de tener tijeras en  lugar de manos hace que muchas veces dañe, sin querer, ciertos objetos, o a algunas personas, o incluso a sí mismo; pero a pesar de esto, es un ser que aprecia la belleza y que la crea constantemente –un ejemplo de esto se encuentra, mismamente, en los setos de la mansión en la que vive al inicio de la película, los cuales están recortados en forma de (creo recordar) animales y se muestran muy cuidados.

miércoles, 27 de febrero de 2013

La religión corrompe la moral


Hay mucha gente que no comparte esta opinión, o que incluso llega a asociar la falta de religión con la falta de moral. David Hume, el filósofo que nos ocupa, va a afirmar, por su parte, que si religión y moral van de la mano, ¿cómo se explican las guerras, las persecuciones o la opresión que ha provocado la primera? La religión, desde luego, no es tan beneficiosa como se nos quiere hacer creer.  Y no solo eso, sino que, además, nos corrompe: el hombre religioso pretende ganar el favor de su Dios mediante prácticas frívolas (y que yo, personalmente, considero absurdas): misas, ceremonias, penitencias… Está deseoso de obtener una recompensa; y no logrará dicho premio mediante el ejercicio de la virtud, pues cree que eso no puede ganarle el favor divino (“solo” le satisface a él mismo o a la sociedad, pero no a ningún ente superior). Según esta creencia, cuando si yo actuase de una forma correcta con la sociedad o con una persona en concreto–si, por ejemplo, le devolviese a Óscar Sánchez el libro que me ha prestado porque soy así de buena persona– estaría cumpliendo con un deber que tengo con él, conmigo misma o incluso con la sociedad, pero no con ningún Dios; por tanto, debería hacer este tipo de cosas de todas formas aunque no existiese ninguna divinidad. De esta forma, el mérito de las buenas acciones sería secular, no religioso; a la divinidad no le serviría de nada que Óscar hubiese recuperado su libro y, por tanto, con tal acto yo no podría ganarme su favor (aunque tal vez sí el de Óscar).

Así, en lugar de servir a la divinidad tratando de lograr la felicidad propia y la ajena (cosa que puede hacer de todas formas, pero sin que le reporte ningún tipo de recompensa divina), el hombre religioso cree que debe buscar un tipo de cualidades que, según él, resulten agradables al ente superior al que sirve: el celibato, el ayuno, la penitencia, la mortificación…  Actos que no aportan nada útil a la sociedad, que no sirven para nada, pero mediante cuyo ejercicio el religioso adquirirá el favor divino. Es por esto que la religión no refuerza la sana moral, e incluso la pervierte al generar una superficial especie de mérito. Por eso, ser hombre religioso no es garantía de ser hombre moral. Personalmente, veo absurda esta última creencia, que mucha gente parece tener; al igual que veo absurdos ciertos rituales como misas o determinadas ceremonias que tienen el objetivo de “quedar bien” a los ojos de nuestro supuesto creador. En el hipotético caso de  que dicho creador en efecto exista y pueda percibirnos, me pregunto la utilidad que tales rituales podría tener para él; hay quien dice que son una forma de expresarle “nuestro amor”, pero se supone que Dios lee en nuestras mentes y en nuestros corazones, por lo tanto, ¿no debería saber ya que le amamos, sin necesidad de arrodillarnos a rezar cada domingo? Ese ‘peloteo’ hacia Dios es totalmente inútil, y la convicción de que dicho ente (que ha creado el Universo, que es infinito, que es eterno) nos presta atención constantemente muestra nuestro egocentrismo.

jueves, 31 de enero de 2013

La isla de Gaunilo


San Anselmo, como hemos visto en clase, trató de demostrar la existencia de Dios mediante su argumento ontológico, al margen de la experiencia y los sentidos y basándose únicamente en razonamientos deductivos. Según éste, el mero concepto de Dios ya implica su existencia. Si pensamos en un ente perfecto, más grandioso que ninguna otra cosa (Dios), este ente existe, al menos en nuestra mente, porque podemos pensar en él. Si, además, existiese fuera de nuestra mente, es decir, en la realidad, sería aún más perfecto, porque algo que existe es más perfecto que algo que solo vive en nuestra imaginación. De esta forma, Dios debe existir, puesto que si no lo hiciese podría pensarse en otro ente superior que existiese realmente, pero como no podemos pensar en nada más perfecto que él, debemos concluir que es real. 

Parece evidente que este argumento no se sostiene demasiado; es bastante débil y, de hecho, ha recibido numerosas críticas. Una de ellas viene de parte de un monje, Gaunilo de Marmoutiers, quien invitó a sus lectores a pensar en una isla perfecta, que, según él, es altamente probable que no existiese. Pero, según el argumento de San Anselmo, tal isla debería existir, porque de lo contrario no sería del todo perfecta, ya que solo existiría en nuestra imaginación. Y, a pesar de esto, la Tierra no alberga tal isla, de la misma forma que Dios no tiene por qué existir. Gaunilo admitía lo absurdo de su argumento, y señalaba que San Anselmo había utilizado el mismo. Su refutación es una objeción por saturación; invalida la forma de razonar del argumento ontológico -no pretende mostrar dónde o cómo falla. Si el argumento ontológico de San Anselmo fuese válido, existirían islas perfectas, lápices perfectos, pollos perfectos... lo cual es absurdo. Además, Gaunilo también criticaba la suposición de que algo que existe es más perfecto que algo que no es real, porque ambas cosas no son comparables.

Hay quien ha rebatido el contraargumento de Gaunilo afirmando que el argumento ontológico sólo es aplicable a Dios, es decir, al ser sumamente perfecto, y no a entidades físicas como islas o castillos, pero , al igual que el argumento ontológico, eso no se sostiene demasiado.

(Lo sé. Tengo que dejar de hacer las cosas a última hora. Juro por el honor de mi Casa que la próxima entrada la haré con tiempo)